La intervención de una primavera helada y jacarandas cuyo color combina con los
moretones en mi cuello y en mi vientre.
Te fuiste un tiempo y cuando regresaste, ¿recuerdas qué
te dije? Yo no, no lo recuerdo porque la memoria se congeló conmigo en aquel
refrigerador floreado en ese momento; sin embargo, tengo la clara sensación de
haberte arrojado algo, un cassete, un aguacate o una roca. Recuerdo haberlo
disfrutado. Por eso o por cualquier otra señal que sentiste que recibiste del
universo, te diste cuenta de que necesitaba que me sostuvieran las manos y los
pies, porque no era solo un berrinche, era un oscuro ataque de epilepsia.
Lo hiciste y me susurraste alguna magia negra al oído
que logró que me transformara en un animal de corazón puro.
Me preparaste un té de hierbas y raíces que tomé con cuidado porque
desconfiaba, no de ti, sino de todo, de lo poco que se de todo y a veces pienso
que es mucho.
Permití recuperarme y la epilepsia disminuyó o se hizo menos oscura, dejó de
ser un cuervo y se convirtió en una gaviota ligera parada en mi cabeza.
Te ha tocado, has vivido la ternura de mis manos más
de tres veces y habíamos echo un trato, tu y yo, ¿recuerdas ese trato? Porque yo sí. Lo hablamos después del té
mientras llovían manguitos con chile y te recargaste a mi lado. No repetiré
jamás las mismas canciones, tendrás que buscar en otro lado si es que te
olvidaste también de eso…
Era nuestro lo que resbala ahora por las tuberías de
la ciudad, era nuestro el tiempo atornillado a la cama y la selva de besos, esa
selva era nuestra y ahora resbala por las tuberías de la ciudad.
¿Lo perdimos? ¿Cómo resbaló? O ¿nos lo quitaron esos
zopilotes-fantasma que creemos que viajan siempre cerca o que viajan siempre
cerca?
Te fuiste otra vez, como si te asustara oler feo, como
si te asustara la humedad..
Y este hueco, estos huecos, que se llenan con
caramelos amarillos y descansos prolongados, este que dejamos penetrar en nuestros ojos, con las
lunas semi-llenas y las palmeras achaparradas a un lado, este hueco que navega
más en la noche que en el día y no hace nada más que volver a mi impaciencia
más aguda, este hueco se está atragantando con nuestros cuerpos y se regocija
sin cuidado como un arroyo que llega al mar.
La primavera helada ha llegado con árboles silenciosos
y las sombras de las cruces de las tumbas de los muertos. La primavera helada y los prejuicios ordenados en
capas de cebolla. Cuatro gatitos que maullaron tres veces y después
murieron devorados por su madre y el viento que corre por aquí que no alcanza a empujarnos a los dos hacia el
mismo remolino de aire.
Los zopilotes-fantasma que se atraviesan y nublan todo
lo que antes parecía un jardín, esos zopilotes -que también somos tú y yo-
apasionados esclavos de la carroña, mantienen
la cabeza en alto con las garras sobre ramitas que cuelgan frágilmente.
¿Y si le prendemos fuego a nuestra mala suerte? ¿Y si
logramos saltar las trampas y las tinieblas? Me revuelco de dolor y de risa, de
risa porque te espero y parece que el hueco te traga o que el viento te sopla
arbitrariamente hacia el Norte, y de dolor... también por eso.
Recibí una carta anoche, en blanco pero con una hormiga herida al fondo del sobre. Sé que la mandaste tú, sé que sí, no dice en el sobre, pero sé que sí aunque no sé qué significa. Tal vez solo para medir mi nivel de ceguera o como experimento para probar lo frágil que es la distancia, tal vez a la hormiga la mandaste sana y llegó con las antenas aplastadas por el traqueteo del viaje, tal vez la hormiga se rompió sola la cabeza para ponerle a la hoja unos puntitos rojos que la hicieran más interesante, tal vez volvió la epilepsia y arrugué el sobre en un ataque, el punto es que la hormiga murió y se ha convertido en un problema porque los zopilotes primaverales hambrientos ya comen cualquier cosa y están aquí.