Una noche exclusiva para el silencio.
Se mordió los pellejos de los labios como si su carne
fuera una pesadilla, el miedo en su rostro cuando le dijo, con los ojos, que
admiraba su extraño cerebro; un momento incómodo, tal vez, o una lección de
medicina en un slow motion discreto.
Parecían jóvenes sinceros y parecía eso un festival de
silencios sin edad, sin embargo las perforaciones en sus pechos comenzaron a
provocarles una sensación tan liberadora como opresora y la voz subió por sus
cuellos, se deslizó por la pared, realizó varias volteretas y formó un camino
por los orificios del oído inverso.
Qué susto. Se impresionaron porque aún no aceptaban
la existencia del diablo, pasó el sarcasmo desapercibido y se tropezó con
un lamento. Quedaron callados de nuevo contribuyendo a mutaciones en los
ecos.
Qué poco preciso y qué poco
nítido describir así ese momento, como un cocodrilo sin textura,
como una falda sin viento.
La frágil naturaleza de los silencios es
tan delicada que quizás ni el tiempo…