Mientras yo entraba a la ciudad. La noche calló en ella, como debe ser, ¡al fin como debe ser!, -por lo menos ante mis ojos miopes-. Cayó como un gran rayo oscuro y escuché el silencio rugir.
Rugir de incertidumbre. Rugir de curiosidad.
Las barras luminosas no eran luminosas, solo bloques de cemento negro. Las luces de los carros eran demasiado tenues, como luciérnagas rojas luchando por ver a su pareja en la tempestad.
Calló la noche azul marino, marino nocturno, como buen azul marino. Volteé a ver a mi acompañante. No hay luz, le dije, esperando una respuesta que probara mi cordura. Es verdad, no hay luz, dijo acercándose unos centímetros a mi ventana para merodear la profundidad de la calle. Suspiré sin que nadie más lo notara.
Edificios, tiendas, casas, a penas se veían unos cuantos focos prendidos en cuartos olvidados, como si alguien les hubiera puesto un velo encima y decidido salir a pasear.
Habrá pasado algo, me dijo mi acompañante, un poco como pregunta, un poco como afirmación, pero más que nada como una mezcla maciza entre ambas.
¿Qué?, pregunté con mi voz de niña emocionada que solo aparece cuando está temblando o cuando brinco alto con una amiga nueva o cuando me regalan sombreros.
Luego luego los adultos intentando dar explicaciones que, de tan racionales, caen en lo estúpido o en lo aburrido. Seguramente se trata de un apagón en esta zona/Probablemente la gente esté descansando porque se acaba el puente. Pero ¿y si fue una conspiración china para que la gente comprara más lamparillas desechables?
Toda suposición la descarté al fundirme con el vidrio para organizar aquella nueva oscuridad.
Las calles vacías parecían ríos de plata negra chillándole a la luna; los árboles eran costillas de madera danzante; los perros y las pocas personas no eran más que su sombra; y nosotros éramos la linterna segura iluminando el camino arbitrariamente.
Reí como loca llenando de vaho la ventana pegada a mi cara, pensando en las maravillas y atrocidades que podrían suceder en los próximos días si la nueva oscuridad no nos soltara.
¿Con quién me gustaría pasar las siguientes noches mulatas?
La pura y brillante emoción de la incertidumbre maestra y yo con tantas preguntas por hacer y responderme explorando, escarbando en la neblina gris.
Así por varios minutos, disfrutando hasta la última gota dulce de excitación.
Debíamos bajar del autobús y al tiempo que lo hacíamos todo se fue aclarando. Como un gancho en el estómago y un gran "ouch" la luz de la ciudad me golpeó y me dejó absolutamente mareada.
Sigo sin saber qué sucedió, prefiero morir a quedarme con la idea de que solo fue culpa del cristal ahumado.
Sigo sin saber qué sucedió, prefiero morir a quedarme con la idea de que solo fue culpa del cristal ahumado.