domingo, 28 de agosto de 2011
Domingo
Hoy sentí el fin del mundo
Vi las nubes negras desde lo alto de la montaña
y las luces de una ciudad entera
-enferma-
La neblina se comió al cerro
y salí del calor a la lluvia fría
que me golpeaba
-las gotas galopaban sobre mí como caballos veloces y desesperados-
Tenté a la persona que estaba a mi lado
sentí una silueta, pero al voltear descubrí que no tenía cara.
Hoy sentí partirse el suelo, sentí morir la gente y oí gritar al agua.
No era nadie. No era nada.
Prendí una luz para ver mejor, para ver el camino lodoso.
Una sílaba vino a mi mente, solo una.
No grité porque no estaba segura, pero bajé del cerro para ver mejor a mi gente.
Todo igual. Todos salvos. Un domingo tranquilo.
Y una ligera decepción se apoderó de mi.
viernes, 12 de agosto de 2011
El poder del jardín
Tengo un jardín pequeño en mi casa, casi nade lo conoce,
-está oculto-
Se llenó de flores hace tiempo,
flores y plantas grandes,
las sembró mi abuela hace más 19 años
y nunca han muerto.
Lo visito para fumar mis penas y alegrías
cuando tengo tiempo y me acuerdo de él.
Desde aquí se ven plantas ajenas y se escuchan gritos de horror de las casas vecinas, pero no me asusta nada de eso.
Me asusta el olor fresco del limón
porque me recuerda al sentimiento por el que me fui
-nos fuimos-
de aquí y es el mismo olor por el que regresé
-sola-.
Me asusta no ver el árbol de papaya y ver en vez de eso un hoyo negro.
La señal del internet llega hasta aquí y eso no me agrada, no me agrada nada.
Me gustaría que no tuviera paredes y no tuviera cemento,
siento que se pega, siento que el cemento y las paredes son contagiosas como una peste.
Sin embargo así es, tiene mierda de perro y macetas rojas, una muralla que lo convierte en fortaleza y también en cárcel, botellas de vidrio y flores de colores...
Tener éste jardín me da un poder gigante, un poder de sembrar naranjas o de cosechar raíces y no cualquiera tiene ese poder.
-está oculto-
Se llenó de flores hace tiempo,
flores y plantas grandes,
las sembró mi abuela hace más 19 años
y nunca han muerto.
Lo visito para fumar mis penas y alegrías
cuando tengo tiempo y me acuerdo de él.
Desde aquí se ven plantas ajenas y se escuchan gritos de horror de las casas vecinas, pero no me asusta nada de eso.
Me asusta el olor fresco del limón
porque me recuerda al sentimiento por el que me fui
-nos fuimos-
de aquí y es el mismo olor por el que regresé
-sola-.
Me asusta no ver el árbol de papaya y ver en vez de eso un hoyo negro.
La señal del internet llega hasta aquí y eso no me agrada, no me agrada nada.
Me gustaría que no tuviera paredes y no tuviera cemento,
siento que se pega, siento que el cemento y las paredes son contagiosas como una peste.
Sin embargo así es, tiene mierda de perro y macetas rojas, una muralla que lo convierte en fortaleza y también en cárcel, botellas de vidrio y flores de colores...
Tener éste jardín me da un poder gigante, un poder de sembrar naranjas o de cosechar raíces y no cualquiera tiene ese poder.
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