Tengo un jardín pequeño en mi casa, casi nade lo conoce,
-está oculto-
Se llenó de flores hace tiempo,
flores y plantas grandes,
las sembró mi abuela hace más 19 años
y nunca han muerto.
Lo visito para fumar mis penas y alegrías
cuando tengo tiempo y me acuerdo de él.
Desde aquí se ven plantas ajenas y se escuchan gritos de horror de las casas vecinas, pero no me asusta nada de eso.
Me asusta el olor fresco del limón
porque me recuerda al sentimiento por el que me fui
-nos fuimos-
de aquí y es el mismo olor por el que regresé
-sola-.
Me asusta no ver el árbol de papaya y ver en vez de eso un hoyo negro.
La señal del internet llega hasta aquí y eso no me agrada, no me agrada nada.
Me gustaría que no tuviera paredes y no tuviera cemento,
siento que se pega, siento que el cemento y las paredes son contagiosas como una peste.
Sin embargo así es, tiene mierda de perro y macetas rojas, una muralla que lo convierte en fortaleza y también en cárcel, botellas de vidrio y flores de colores...
Tener éste jardín me da un poder gigante, un poder de sembrar naranjas o de cosechar raíces y no cualquiera tiene ese poder.
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