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domingo, 31 de marzo de 2013

Te apunto


Te apunto
todo el tiempo
sin saber qué esperar
con mi dedo hinchado en sangre
rodeado de humo

Te apunto
y miro el cielo
sin saber qué soñar
con mi ojos cubiertos de hongos
con mis ojos y una cobija fría

Te apunto
como si estuvieras muy cerca
y tejo con la otra mano
letras que parecen llenas
pero están a la mitad

Te apunto
y repito que te apunto
y nombro tu nombre
y nombro que te apunto

Te apunto
con la mano floja
y descubro una hormiga
paseándose burlona
y la intento soplar

Es una de esas
que no se desprenden con el aire
y la dejo ahí
para no dejar de apuntar

martes, 26 de marzo de 2013

La intervención de una primavera helada y jacarandas cuyo color combina con los moretones en mi cuello y en mi vientre.


La intervención de una primavera helada y  jacarandas cuyo color combina con los moretones en mi cuello y en mi vientre.

Te fuiste un tiempo y cuando regresaste, ¿recuerdas qué te dije? Yo no, no lo recuerdo porque la memoria se congeló conmigo en aquel refrigerador floreado en ese momento; sin embargo, tengo la clara sensación de haberte arrojado algo, un cassete, un aguacate o una roca. Recuerdo haberlo disfrutado. Por eso o por cualquier otra señal que sentiste que recibiste del universo, te diste cuenta de que necesitaba que me sostuvieran las manos y los pies, porque no era solo un berrinche, era un oscuro ataque de epilepsia.

Lo hiciste y me susurraste alguna magia negra al oído que logró que me transformara en un animal de corazón puro.
Me preparaste un té de hierbas y raíces que tomé con cuidado porque desconfiaba, no de ti, sino de todo, de lo poco que se de todo y a veces pienso que es mucho.
Permití recuperarme y la epilepsia disminuyó o se hizo menos oscura, dejó de ser un cuervo y se convirtió en una gaviota ligera parada en mi cabeza.


Te ha tocado, has vivido la ternura de mis manos más de tres veces y habíamos echo un trato, tu y yo, ¿recuerdas ese trato?  Porque yo sí. Lo hablamos después del té mientras llovían manguitos con chile y te recargaste a mi lado. No repetiré jamás las mismas canciones, tendrás que buscar en otro lado si es que te olvidaste también de eso…

Era nuestro lo que resbala ahora por las tuberías de la ciudad, era nuestro el tiempo atornillado a la cama y la selva de besos, esa selva era nuestra y ahora resbala por las tuberías de la ciudad.

¿Lo perdimos? ¿Cómo resbaló? O ¿nos lo quitaron esos zopilotes-fantasma que creemos que viajan siempre cerca o que viajan siempre cerca?

Te fuiste otra vez, como si te asustara oler feo, como si te asustara la humedad..
Y este hueco, estos huecos, que se llenan con caramelos amarillos y descansos prolongados, este  que dejamos penetrar en nuestros ojos, con las lunas semi-llenas y las palmeras achaparradas a un lado, este hueco que navega más en la noche que en el día y no hace nada más que volver a mi impaciencia más aguda, este hueco se está atragantando con nuestros cuerpos y se regocija sin cuidado como un arroyo que llega al mar.

La primavera helada ha llegado con árboles silenciosos y las sombras de las cruces de las tumbas de los muertos. La primavera helada y los prejuicios ordenados en capas de cebolla. Cuatro gatitos que maullaron tres veces y después murieron devorados por su madre y el viento que corre por aquí  que no alcanza a empujarnos a los dos hacia el mismo remolino de aire.

Los zopilotes-fantasma que se atraviesan y nublan todo lo que antes parecía un jardín, esos zopilotes -que también somos tú y yo- apasionados esclavos de la carroña, mantienen  la cabeza en alto con las garras sobre ramitas que cuelgan frágilmente.

¿Y si le prendemos fuego a nuestra mala suerte? ¿Y si logramos saltar las trampas y las tinieblas? Me revuelco de dolor y de risa, de risa porque te espero y parece que el hueco te traga o que el viento te sopla arbitrariamente hacia el Norte, y de dolor... también por eso. 

Recibí una carta anoche, en blanco pero con una hormiga herida al fondo del sobre. Sé que la mandaste tú, sé que sí, no dice en el sobre, pero sé que sí aunque no sé qué significa. Tal vez solo para medir mi nivel de ceguera o como experimento para probar lo frágil que es la distancia, tal vez a la hormiga la mandaste sana y llegó con las antenas aplastadas por el traqueteo del viaje, tal vez la hormiga se rompió sola la cabeza para ponerle a la hoja unos puntitos rojos que la hicieran más interesante, tal vez volvió la epilepsia y arrugué el sobre en un ataque, el punto es que la hormiga murió y se ha convertido en un problema porque los zopilotes primaverales hambrientos ya comen cualquier cosa y están aquí. 







miércoles, 6 de marzo de 2013

Volver al pueblo


Volver al pueblo, regresar para vivir y adoptar las horas como algo que se mide con las carcajadas. Ahí donde los días no existen y se puede uno subir a un poste o ver a los niños subirse a un poste y bailar mientras caen.
Volver al pueblo y ver montañas azules, una tras otra como un eco que contribuye al balance y a la primavera. Grutas y panteones y piedras verdes que se aparecen súbitamente, llamando a veces a los pies, llamando a veces a un encuentro.
Volver al pueblo y ver la locura pelona de los hombres que rugen en la oscuridad y de la oscuridad que ruge por sí sola. Volver al pueblo y adentrarse en las nubes que cubren a las orquídeas y a los pájaros de madera.
Volver y descubrir la medicina de las mujeres que parecen viejas. Volverse fuerte entre las tormentas, mover la tierra y navegar por los espacios que habitan junto al río.
Volver al pueblo, rebosar entre la sopa y el huevo, entre el maíz, entre el yolixpa y el pan dulce, despertar entre los bailes y las sombras que murmuran  mientras observan como madres cariñosas.
Volver al pueblo para volverme una mariposa azul que acompaña a los extraños, volver para encontrar al grillo que canta a las seis de la mañana, volver para ser el colibrí tranquilo  que abre los ojos muy despacio.
Volver a desnudar las tumbas y sacrificar gallinas para clavarme en la tierra.  Ahí donde los arrullos de las palomas brotan en mi cabeza y me siento acompañada.
Volver para conocer a los gusanos que habitan en los hombros como una mochila de amigos que no dejan marchitar al campo.
Volver al pueblo y hundirse con los amaneceres que lo acompañan y lo descubren como si suavemente le quitaran una sábana.
Volver para morir y ser adorno cuando se encienda el más íntimo poema que el cielo regala.