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miércoles, 6 de marzo de 2013

Volver al pueblo


Volver al pueblo, regresar para vivir y adoptar las horas como algo que se mide con las carcajadas. Ahí donde los días no existen y se puede uno subir a un poste o ver a los niños subirse a un poste y bailar mientras caen.
Volver al pueblo y ver montañas azules, una tras otra como un eco que contribuye al balance y a la primavera. Grutas y panteones y piedras verdes que se aparecen súbitamente, llamando a veces a los pies, llamando a veces a un encuentro.
Volver al pueblo y ver la locura pelona de los hombres que rugen en la oscuridad y de la oscuridad que ruge por sí sola. Volver al pueblo y adentrarse en las nubes que cubren a las orquídeas y a los pájaros de madera.
Volver y descubrir la medicina de las mujeres que parecen viejas. Volverse fuerte entre las tormentas, mover la tierra y navegar por los espacios que habitan junto al río.
Volver al pueblo, rebosar entre la sopa y el huevo, entre el maíz, entre el yolixpa y el pan dulce, despertar entre los bailes y las sombras que murmuran  mientras observan como madres cariñosas.
Volver al pueblo para volverme una mariposa azul que acompaña a los extraños, volver para encontrar al grillo que canta a las seis de la mañana, volver para ser el colibrí tranquilo  que abre los ojos muy despacio.
Volver a desnudar las tumbas y sacrificar gallinas para clavarme en la tierra.  Ahí donde los arrullos de las palomas brotan en mi cabeza y me siento acompañada.
Volver para conocer a los gusanos que habitan en los hombros como una mochila de amigos que no dejan marchitar al campo.
Volver al pueblo y hundirse con los amaneceres que lo acompañan y lo descubren como si suavemente le quitaran una sábana.
Volver para morir y ser adorno cuando se encienda el más íntimo poema que el cielo regala. 

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