No entiendo la descomposición de mis cama y el acomodo de mi colchón, pero mientras trato de acomodar todo, pienso en él.
Extraño su bigote de pistolero y que me platique de sus ridículas aventuras con otras mujeres. Es una contradicción en carne y hueso, pero él no se contradice, él tiene claro su terror por el amor y sus guitarras favoritas, esconde su cariño por su perro, pero lo tiene claro. Sabe lo que falta, sabe lo que pasa...sí sabe, o tal vez quiero pensar que sabe.
Mi edredón es naranja.
Me cobijo bajo él. -No bajo el edredón,-
bajo sus huesos donde se juntan nuestras articulaciones muy de vez en cuando y rechinan de miedo porque lo que pasa entre nuestras pieles juntas no tiene una clara explicación.
Se queda varias veces quieto, como esperando a ser levantado por un ovni, pero cuando se mueve es ágil y huele bien y no teme a todo, solo a lo que tiene explicación.
Entiendo. Mi cama es un desastre porque así me gusta, como me gusta él, que también es un desastre.
Necesito tenderla, ya llevo días así, con las sábanas hechas nudos y las almohadas en los pies. Tal vez haya uno que otro animal por entre las cobijas. Seguro no es el animal que quiero.
El desastre soy yo.
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