Ella habló: Estúpido, estúpido, estúpido. ¿Tú crees que no
me he dado cuenta?
El no dijo nada.
Ella habló: ¡Me ves todo el tiempo como imbécil, quedándote
callado, tambaleándote y parado como un pedazo de estiércol!
El no dijo nada.
Ella habló: ¡Y nunca contestas a nada de lo que te digo!
¡Parece que estás sordo! ¡Y te quiero abrazar y te pones rígido y te escondes!
El no dijo nada.
Ella gritó: ¡Tus malditas manos que no me tocan! Y me pongo
enfrente de ti, desnuda, para ver si así se te antoja… ¡Maldito descarado!
El no gritó nada.
Ella habló: ¿Para qué te tengo entonces, si no puedo hablar
contigo? ¿Para qué te despierto todas las mañanas y te hago el desayuno si no
me haces el amor? ¿Para qué chingados te traje a mi casa a vivir conmigo?
El no dijo nada.
Ella dijo: Contéstame… ¡Ves! ¡No hablas! ¡Y cuando se te
pega la gana y hablas, nada más empiezas a cantar con tu voz de caballo, y a
decir palabrerías!
El no habló.
Ella se tiró al suelo.
Habló asustada: ¿Ya te fuiste?
El no dijo nada.
Ella suspiró: Ya vi tu cabeza. No te has ido. –Ella aliviada-
Me alegra…discúlpame, he sido muy exagerada…No te vayas.
El espejo siguió sin decir nada.