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martes, 17 de julio de 2012

Río rojo.


Un arrebato de desesperación, de soledad, de demasiada calma, la hizo tomar un cuchillo y empezar a despellejarse las mejillas y la frente. Se colocó en la parte más alta del cuarto.
 -Un trapo arrastrado por un viento denso. Parecía. Aparecía. Desaparecía.-
Ni en la cama ni en la silla, sino en el librero, se colocó en cuclillas.
La sangre le escurría como llanto o como lluvia, y sus manos llenas de angustia se frotaban el rostro con firmeza, con furia, con fuego.
Nadie llegaría a ese lugar nunca más, era un hecho. Nadie tocaría esa sangre ni vería la cascada oscura y hermosa que corría por los libros.
-Los recovecos le daban forma al río rojo.-
Tanto color y ella tan gris por dentro. Tanto amor y ella odiándolo todo. Y odiaba sus ropas y se las quitó; y odiaba su pelo y se lo arrancó; odiaba su boca y se la cosió, pero más que nada, odiaba su culpa… y se perdonó.

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