Sus manos, vírgenes pero vigorosas, me desvistieron rápido.
Chillé recordando la última vez.
“¿Será como la última vez?”.
”No. Será diferente.”
Lo ayudé a quitarme las medias. Ambos nos asustamos: mis piernas estaban
pegadas, como de sirena. Expandí las
pupilas para afrontar lo peor: no era un sueño.
“Quisiera susurrar a tu oído todo lo que te aguarda.”
Sacó unas grandes tijeras. Brillaban como el fuego bajo la
luz roja de la lámpara.
Las afiló ligeramente.
Comenzó cortando la punta del dedo gordo de mis pies. Me
sentí como una oveja siendo sacrificada, pero me dieron cosquillas y olía a mar.
Me besaba al mismo tiempo. No paraba de besar mis piernas
mientras las cortaba. En sus ojos no había ninguna señal de maldad y tarareaba
una melodía caramelosa. Se me arqueó la espalda y volteó a verme, fascinado.
“No deberías mirar esto.”
Mis piernas dejaron de sangrar y se regeneraron cual
lagartijas. Traté de que no me encantara esa sensación, traté de pensar en
chacales o en guerras, traté de huir de tanta maravilla. Pero, ¿cómo huyes
cuando estás atrapado en una telaraña de curiosidad?
“Mírame.”
Lo vi por entre mis piernas, totalmente abiertas; levantó el
rostro para que supiera: sus párpados estaban pegados como los de un feto.
Tomé cuidadosamente de su mano las tijeras…
"¿Por qué te fías de mí?".
"Pienso que es una aventura".
"¿Por qué te fías de mí?".
"Pienso que es una aventura".
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