La linea adquirió una rigidez poco admirable. Se veía
delgada, sin ganas de jugar. Repentinamente muda me volteó a ver, y la llamé
hipócrita y me llamó indisciplinada. Me dejó totalmente callada.
Pero de pronto surgió en mí un cosquilleo, como su hubiera
abierto una puerta y solo hay una oscuridad reconfortante, sabrosa, dentro del cuarto. Una
infinidad de cosas prohibidas e invisibles.
Recobré el gusto por la línea, recobré el gusto y fantaseé
con ella, hice el amor con ella e intentó hacerme confesar.
¡Qué sabroso el jaloneo!
Que jugoso vértigo el mirarte en un espejo quebradito
sintiendo ganas de penetrarlo todo y convertirte en reflejo.
Me fui, me fui, me fui con la línea; me fui y me zangoloteó
y me depositó toda su confianza.
Hasta que te acostumbres, me dijo. Y en ese momento, sin
responder nada, vi en el horizonte una gran montaña, tumbando edificios,
destrozando casas, alzándose sublime-mente como un largo y gran aviso. Me
arrodillé ante ella queriendo confesarlo todo. Extendí los brazos hiriéndome un
poco el pecho.
Fui creyente, fui creyente de todo, hasta de las lagañas y
de mis propias palabras; fui ferviente adoradora de las rocas, de lo oscuro y
de todos los males terrestres.
Pero poco después caí agotada y entendí que aún no soy tan
fuerte.
La línea solo rió y me dijo: Probablemente
continuaremos, probablemente la próxima vez te alzarás tú sobre mí.
Pobre línea soñadora que morirá esperando ahí...