Comí en silencio. Usted tenía que estar ahí en el primer
bocado. Lo esperaba, aunque supongo que usted debe estar bastante preocupado. ¡Pero
los hombres aman estar preocupados, así que no me preocuparé más por usted!
Le cuento que comí en silencio, otras veces me parece
insoportable comer así; y también renové
mi gusto por oír a los coros de la iglesia; le cuento porque usted debe
entender muy bien eso de los ángeles y las voces.
Fui a la iglesia y vi un rostro, uno muy peculiar. Tenía el
cuerpo bañado de tela guinda y una barbilla muy firme. Era un rostro
adolescente o un rostro sin edad, ¿qué no es lo mismo?
Se parecía lo suficientemente a usted para que lo sujetara
con mis brazos.
Por qué no cantas, le pregunté, y me tosió en la cara como
respuesta.
Me enfadé, me enfadé mucho porque, en efecto, era como si
usted me estuviera tosiendo en la cara. Sé que no tiene sentido porque era un
chico que no era usted, pero así pensé en ese momento, me sentí atormentada.
Ese mismo día fue el que comí callada, abriendo solo lo
necesario la boca, para que entrara ese asqueroso arroz. Ese día fue el que
sentí que usted no me quería, pero esas ideas parecían nuevas, aún no las
aprobaba una parte de mí y me quedé dudando…
Para eso le escribo, para preguntarle si me quiere usted y
si quiere tomarse un tequila conmigo o escuchar a los niños cantar.
No se preocupe, no espero pronto su respuesta, solo me amenazó
la curiosidad. Espero no irritarlo ni tampoco dejarlo tranquilo, espero que se quede pensando en sus cabellos y los míos, agrupados, anidados, enredados como el río.
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