Se acurrucó en su cama mientras temblaba. Tendió dos cobijas
más, las que pone uno al borde de la cama por si a mitad de la oscuridad le
agarra a uno el frío, y se hizo bola. Le
dolían los pechos de la forma en la que solo a las mujeres les pueden doler,
como si hiciera un frío monumental y una falta de abrigo o de brassiere. Pero
no hacía frío, eran a penas las 12:56 pm y el termómetro de la casa marcaba 27º.
Pero le ardían, ¡se le incendiaban los pechos! Desde pequeña se sintió defectuosa
pero en ese momento más que nunca. Las tetas saben cosas distintas a las demás
partes del cuerpo. Agarró su almohada y se la juntó al torso para probar si así
dispersaba esa terrible sensación. Todo igual. Se frotó las manos, se echó baho
y las metió por entre su vestido de flores y se tocó. Ya no eran pechos, sino
rocas. Quiso gritar de espanto pero su lengua le pesó demasiado, se la tocó y estaba
rígida y sintió el peso de su cuerpo sobre el colchón: excesivo. Pasó sus manos
por las cobijas que tenían una consistencia de hojas de eucalipto y las recorrió
por todo su cuerpo, todo era tan duro y sospechoso que decidió hacerse un té y
llamar al doctor, pero cuando intentó pararse no pudo y cuando intento abrir
los ojos lo mismo. No veía nada más que la oscuridad grisácea que los párpados
permiten. Intentó calmarse y recordar lo que había echo antes de toda esa
desastrosa tarde. Lo descubrió y se sintió tranquila y entendió todo y siguió
durmiendo.
martes, 10 de abril de 2012
domingo, 8 de abril de 2012
El caldo de ojos
Lo alejé, lo alejé, se alejó. No enojado, ni triste, ni
amargo, solo solo y sin calcetines. Me mordí de inmediato las uñas. No
arrepentida, ni asustada, ni dulce, me mordí parada en medio de la calle con un
paragüas dorado. Se mudó de casa y dejó sus cosas, dejó sus ojos también. Dijo
que no los necesitaba, que con sus oídos bastaba. No lo dijo por vergüenza, ni
por desprecio, solo llegó el momento en el que se arrepintió y quiso volver por
ellos. Pero yo ya me los había comido. No por hambre, ni por venganza, ni por
tener otro par. Los comí porque no tenía coles para hacerme un caldo. El error,
el único error, fue que nunca me pude encontrar yo misma, no por la oscuridad,
ni por tanta agua, sino porque sus ojos ya no existen.
lunes, 2 de abril de 2012
Tigo
Soñé contigo. Soñé con Tigo. Y Tigo me hacía cosquillas graves en la pared de la espalda. No sabía lo que hacía y lo agarré de la mano y nos reimos juntos, caminamos lejos, no sé bien a donde porque no llegamos a algún lugar. Nuestras patas se fueron deshaciendo y quedó solo nuestro torso y brazos pero con Tigo nada me importaba, mientras quedaran nuestras manos y nuestros ojos para acariciarnos y observar. A Tigo le salieron alas en las orejas y comenzó a aletear, a elevarse y no sentí un carajo más que mi cara de ajo. Volar se convirtió en su pasión y le solté la mano para que fuera al cielo, al norte, a volar hasta las estrellas y me quedé ahí, sin Tigo. Me metí en un lago gigante y comencé a nadar, pensé que era el infierno por el frío y las pirañas, pero conocí a alguien ahí, a alguien importante, un ser simpático de nombre Migo. Y al no poder nadar con Tigo me quedé en el lago con Migo hasta el final del sueño.
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