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martes, 8 de mayo de 2012

Julián

-Lo haces mucho mejor que Juan, te lo aseguro.
-¿De verdad? ¿Tu crees?
-No tengo la menor duda. Yo suelo formar una capa de duda y hostilidad siempre con los hombres que hacen eso pero contigo esa capa desapareció. Eres un artista.
-No tienes que halagarme, se que no sientes eso y no hay problema.
-Tampoco intentaré convencerte. Haz lo que quieras, pero... te digo, podrías hacerlo profesionalmente.
-¿Cómo dices que te llamas?
-Romina.
-Romina, tienes los ojos más bonitos y tenebrosos que he visto en mi vida, se ven llenos de lodo y mentiras. No sé si creerte.
-No tendrías por qué, te acabo de conocer...
-Y ha sido un placer.
-Adiós, Julián.

Romina se alejó y no se volvieron a ver. Ella regresó con Juan a su casa y tuvieron sexo olor a galleta tres veces esa noche. Julián no dejaba de pensar en ella y su corto encuentro. Esos ojos de espada que lo partieron en dos y en tres y en cuatro, lo multiplicaron y lo hicieron sentir más poderoso que nunca. A pesar de su falsa modestia e incredulidad supo esa noche su camino: lo iba a hacer profesionalmente e iba a triunfar. Lo vió todo. Si esos ojos habían dicho que era mejor que Juan era cierto.

Romina amaneció en una cama vacía sintiendose terrible del estómago. Fue a vomitar al baño y después tomó un alka-seltzer. Recordó la noche anterior y su encuentro con Julián, el tan hablado hombre al que todos rechazaban, al que no le veían una pizca de futuro ni de talento, al que nadie admiraba ni tomaban en cuenta. "Pobre hombre", pensó, "¿para qué le dije que sus galletas estaban ricas?".


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