Juré no abrir los ojos como para tenerte todavía y convertir
todo en invierno, congelarnos. Pero mi memoria es bruta, suelo recordar lo que
no quiero y viceversa. La hora de rendir cuentas apareció dentro de lo negro y
lo rojo y me volví loca. Loca, loca. Escuché el lugar que me dijiste que no
existía y corrí despavorida al bosque más cercano. Nunca había pasado que los árboles
no me calmaran, pero pasó ésta vez. Detesté todo lo vivo y quise arrancarme la
ropa para volverme un edificio o puro metal, tal vez. Tal vez así ni tú me
desees o me desees más, alguna de las dos tiene que ser. Aquí puedo contigo
pero no puedo sola. Se va y vuelve, vuelve y se va, pero no se pierde nunca. Y
el perro… el perro iba a mi lado tan contento que me atormentó un turbio y
extraño sentimiento de no quererlo más. Es tu culpa que no quiera más a mi
perro y que también sienta que no puedo ya sin él.
Corrí y corrí y toda mi sangre corrió conmigo, toda tu
sangre corrió conmigo, la sangre del perro corrió conmigo…
Mi presente se quedó sin tu mirada y antes, cuando la
soledad era amable, no me daba cuenta.
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