Hoy vi pasar un hombre vestido de vagabundo. A pesar de su
pie derecho vendado, con una bolsa sujetada por nudos, cojeaba poco. El hueco
sin pelo en su cabeza me dijo que alguna vez se hizo mucho daño y mil historias
surgieron en mi mente.
Se agachaba cuando veía una colilla de cigarro, verificaba
si aún tenía tabaco para fumar, pero en ese tramo, no tuvo suerte.
Pensé que tal vez algún día yo podría estar en la misma
situación. Los giros que da la vida siguen formando un espiral.
Pasó al lado de mí, de mi cigarro prendido y se le quedó
viendo, tranquila pero tristemente. Pensé en darle mi cajetilla o un par de
cigarros al menos, pero mi mano no entró en mi bolsa, se quedó paralizada,
hipnotizada, fumigada por no sé que demonios.
Un fuerte viento me azotó el cabello en la cara y estuve
ciega unos segundos.
Al volver mi vista, el hombre vestido de vagabundo ya estaba
del otro lado de la calle, lleno del sucio polvo de esta cruel ciudad.
Mi camión llegó soltando chirridos y humo negro y, como un
pequeño y torpe robot, me subí en él.
Llegué a mi techo cálido, a mi cocina de mangos y guayabas,
pero igual que aquel hombre, llena del sucio polvo de esta ciudad espiral.
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