Encontré una foto en un libro de poemas. Rocío y yo.
Escaleras del teatro José Rubén Romero, Morelia, Michoacán. Allá por el año de
1991. Calculo que transcurre la tarde porque aún hay sol, pero el edificio de
cantera da ya un metro y medio de sombra.
Su cabello corto y negro, una playera holgada y unos jeans
claros. Aretillos amarillos.
Y yo entre sus brazos, recargando mi cachete derecho sobre
su pecho. ¿Estoy dormida o el sol me hace cerrar los ojos?
Me tiene tomada en sus manos con tanta delicadeza que parece que floto un poco.
También yo poso mi mano sobre su ombligo apachurrado y mi pequeño trajecito
azul se funde en la sombra que creamos juntas.
Ella baja la mirada hacia mí y se le forma en el cuello esa
papadita traviesa que nos heredó la abuela.
Una sonrisa quitada de penas, de poses y de agruras; unas
manos morenas, vivas y comprometidas con el sol y con los frutos.
Encontré esta foto y
la certeza
de que confío en mí
como maestra.